Nicolás Rodríguez Guerra es maestro luthier. La cita con Jaume Margalef, profesor de música y Carlos Mestrallet, fotógrafo, se da en su taller en un pequeño pasaje del Poblenou, tras una puerta de hierro decorada con cañas. Nos recibe con una cálida sonrisa y un mechón blanco sobre la frente. Las herramientas en su sitio, las guitarras esperando, música suave y el aroma del incienso NagChampa llenando el ambiente.
Nació en Chascomús (Argentina) y aprendió el oficio en la escuela de lutheria de Tucumán. Diseñó una guitarra con el mástil desmontable y tuvo mucho éxito en las redes sociales, lo que comportó invitaciones a festivales y toda clase de eventos. Le comentaron que su trabajo tenía más importancia en Europa que en Argentina. Él comenta con una sonrisa: eso cambió mi vida. Yo tenía un hostal en la provincia argentina de Córdoba, lo vendí y me vine a Europa en 2017.
Pasó por Olesa de Montserrat y ahora reside en Poblenou. Jaume le pregunta si lo de la guitarra desmontable fue una consecuencia de los viajes en los aviones. Nicolás comenta que hay muchas restricciones. Por las medidas de las guitarras no pueden ir como equipaje de mano y han de comprar un asiento o ha de ir en la bodega, lo que es sentenciarla. Mi modelo permite que quepa en una maleta standard de los vuelos low cost. Además, al estar hecho todo en madera no le añade peso ni le quita vibración o afinación ni sonido… sigue siendo la misma guitarra.
La guitarra y sus maderas
A Jaume le aflora la parte de profesor y le pregunta cómo consigue que el encaje del mástil sea tan perfecto, porque cualquier cosa que modifique la medida afecta la sonoridad. Nicolás sonríe mientras explica que es madera blackwood, que es muy dura y muy estable como el ébano. El encaje es una técnica parecida a la que usan los japoneses, de cola de milano.
Recoge un mástil desmontado y explica: Tiene un encaste y trabas por detrás, y en toda la proyección de las paredes. Una vez que está en su sitio, queda anclado. Y cuando tiene las cuerdas, es inamovible. Yo he de lograr que todo esté impecable, que esté alineado en su punto exacto.
Continúa con el proceso tomando una guitarra flamenca: ésta es de ciprés español con la tapa de pino abeto alemán. La guitarra clásica del siglo XIX fue evolucionando en tamaño y en sonido, la flamenca, no, quedó con las maderas tradicionales de aquella época.
Muestra el mástil, la guitarra, el encaste, tan milimétricamente exacto que parece una sola pieza. Insiste en que no tiene nada metálico y que el secreto está en la precisión del trabajo y la presión que ejercen las cuerdas. Hace muchos años que lo estoy haciendo y ninguna guitarra se ha vencido. Se rompe el mástil antes que el encaste.
Jaume le pregunta si después de montada necesita pruebas de afinación: No. Yo respeto la distancia entre los trastes, así que cuando vuelvo a montarla la afinación sigue siendo la misma. No ha perdido estabilidad. Y no lleva tensor interior.
Las maderas con las que construye sus guitarras están en unos estantes a un lado del taller. No tiene stock, la va comprado seca y estable a medida que la necesita: en este local llevo un año y lo voy llenando poco a poco.
Antes de llegar aquí tuve una tienda en el Born, en la calle Mirallers, cerca de la Catedral del Mar. Me atropelló la pandemia, me hundió, tuve que dejar aquel y alquilar otro muy pequeño, después uno mediano y ahora éste.
El Born le pareció un lugar lleno de bohemia, me parece el barrio más artístico de Barcelona… hasta que me di cuenta de que era para turistas. Uno que viva en Gracia o Sant Andreu no bajará hasta el Born a comprar unas cuerdas.
Va mostrando algunas maderas: ésta es red cedar canadiense… la tapa tiene que ser de una madera muy blanda y a la vez muy rígida en las vetas, se ven las líneas más oscuras y más claras, de temporadas de lluvias y de invierno. Eso es lo que le da una determinada vibración, y dependiendo de esa calidad, voy afinando la tapa hasta dejarla en el espesor adecuado.
Para adelgazar la madera de la tapa empieza con cepillos y después utiliza cuchillas. Incluso ha fabricado una herramienta con un taladro y un rollo de papel de lija encerrados en una caja, para rebajar y afinar una lámina de madera hasta dejarla milimétrica.
Carlos, cámara en mano, va dando vueltas por el taller, fotografiando ángulos, partes de guitarra, herramientas…
Las intimidades del instrumento
Comenta con Jaume que vino de Argentina sin herramientas: tenía cepillos de madera antiguos de varios tamaños, garlopas… y luego te das cuenta que acabas usando siempre el mismo.
Más maderas: nogal, palosanto de India, cedro de Honduras, Red cedar (cedro rojo) canadiense… se le llama cedro pero en realidad es un pino. Ahora estoy trabajando en pino abeto, las tapas siempre se hacen de abeto o cedro.
El profesor insiste en el tema de las maderas antiguas, curadas, incluso las que se consiguen en los desguaces de obras. Comenta de un conocido luthier que empezó buscando vigas viejas en los materiales de derribo. Nicolás apunta que las que mejor le han salido a él tienen madera de muebles. Asegura que lo más complicado es procesarla, encontrar un profesional que la sepa cortar y dejarla suficientemente fina. Aquí encuentra las maderas ya en forma de lámina de un pequeño espesor, que él acaba de rebajar hasta dejarlo en la medida que le gusta.
En cuanto a las rosetas, algunas las hace a mano. Son figuras complejas de piezas pequeñas, un gran trabajo de precisión. Lamentablemente es un trabajo que no se valora, sólo lo conocen los que están en el mundo de las guitarras.
Jaume llega al tema de los barnices. Nicolás
emplea goma-laca, una sustancia amarilla en forma de escamas que se obtiene de
la cochinilla de la laca. Él la diluye
en alcohol hasta hacerla líquida: Para mí
es el mejor barniz que existe y el más antiguo, permite elasticidad en la
madera. Es muy blando, pero aporta una
vibración única. Se aplica en capas con una muñequilla, estirándola cientos de
veces. Es muy sensible a la humedad.
Y aun falta un secreto: Jaume le
pregunta por los listones de madera que se ponen por debajo de la tapa. Nicolás
sonríe y explica que son espinetas, que
según como se pongan determinan el sonido. Dependiendo de la ubicación de estas
varillas, el efecto es como de ecualizar la guitarra, los armónicos, la
dulzura….
Jaume quiere saber cómo decide dónde poner
cada una, y Nicolás personaliza: guitarra
a guitarra vas tomando decisiones, vas viendo cómo responde cada madera, vas
viendo el resultado del puente, hecho
de ébano o palosanto. Es importante porque es donde se va a apoyar la espineta.
A mí me gusta que toque la punta.
Nicolás sigue: .. es muy importante el espesor, yo dejo siempre el pino abeto en 1.9, el
cedro en 2.3… según la densidad de la madera te atreves a trabar los agudos
cruzando más la espineta, o la pongo más paralela y la tapa vibra más. La
guitarra flamenca las suele tener más paralelas, la clásica más cruzadas, cada
constructor tiene su plantilla. No son simétricas, yo elijo el grave y el
agudo.
Jaume y Nicolás comienzan una conversación
técnica sobre el brillo y la potencia, lo dulce y lo apagado de las diferentes
maderas, la más adecuada para cada función. Para el brillo el abeto, para los
agudos, la espineta más trabada. Jaume habla de proyección del sonido y Nicolás
asegura que tiene que ver con la
estructura acústica de la guitarra y el diámetro de la boca y como mueve la
tapa, que al final son dos fuelles. Hay muchos factores que afectan. Si quieres
muchas tonalidades, muchos “colores”, tendrás que renunciar a tener mucho
volumen. Poco a poco vas equilibrando. Me gustan las cajas pequeñas, al estilo
catalán, no tan grandes como las madrileñas o granadinas, más antiguas…
prefiero no tener tanto volumen pero sí mucho control del brillo y la dulzura.
Me gusta tener como un piano en la guitarra.
Es toda una filosofía de vida: una guitarra te lleva a otra. Si rebajas
demasiado, la guitarra no funciona. Son riesgos. Y te puedes encontrar a los
cinco años con que vienen todos tus clientes con las guitarras reventadas. Has
de pensar también en el futuro, la guitarra ha de durar 70 años. Y en la vida
que llevará. Si vives en Barcelona, con una humedad concreta y la llevas a un
lugar mucho más seco, el instrumento se resiente. Si el barniz no está bien
puesto o no es de buena calidad también le afecta. Y la propia madera también
te da sorpresas.
Jaume encuentra la palabra que estaba
buscando: tú construyes instrumentos y
construyes sonido. El luthier sonríe y comenta que hay cosas que no sabe
explicar, cuestiones que las “decide” el material con el que trabaja. Jaume
asegura que la madera está viva, vibra. Los dos coinciden en que se han de
tomar muchas decisiones y que la madera también tiene su voz.
Además de construir, Nicolás repara
instrumentos de cuerda. Dice que en Argentina hay mucha tradición de reparación
y restauración porque no hay tanta oferta de guitarras nuevas como aquí.
Jaume habla de guitarras grandes, pesadas,
Nicolás valora la escuela catalana y la italiana, de volumen más pequeño y más
estrecha: Me gustan en todo, en sonido y
comodidad. Están hechas para el tamaño promedio de nuestro cuerpo.
Carlos fotografía al artista con su obra, en
sus explicaciones, capta los gestos de sus manos, la expresión de su cara y la
forma en que toma cada guitarra, y de
vez en cuando “traduce” alguna expresión argentina.
La
competencia que viene de Asia
La conversación entra en las guitarras de
bajo precio que llegan del gigante asiático. Jaume comenta que se llevan las
plantillas de aquí y las producen al por mayor con mano de obra muy mal pagada
y Nicolás informa que muchos fabricantes de aquí están llevando sus modelos más
sencillos para ser fabricados allí por el mínimo coste.
No
se puede competir, te sirven una guitarra correcta y acabada por poco más de
100 euros. La compra alguien para aprender, después decide que no quiere seguir
y se vende, después de un par de usos, como segunda mano por 50 euros. Claro
que no es lo mismo, pero tienen un filón en los estudiantes.
El profesor hace hincapié en un
comentario del luthier, que asegura que busca el sonido propio de cada
guitarra, jugando con la madera que está viva. El industrial no puede competir con eso.
Ahora tiene entre manos una vieja bandurria
de 80 años con todas las heridas de la edad, rajada, con la tapa cedida y el
mástil vencido. Está construida en pino abeto, lo habitual en aquella época. La
roseta tiene incrustaciones de madreperla. Está volviéndola a su forma,
retirando el diapasón, rectificando y restaurándola con los materiales que se
usaban en la época, uno de ellos cola caliente de animal (conejo). Como es muy
difícil de encontrar, suele usarse de caballo, aunque Nicolás prefiere la cola
sintética, que da muy buen resultado y evita las cuestiones éticas del maltrato
animal. La cola animal es difícil de trabajar, le afecta mucho la humedad, hay
que trabajarla muy rápido y no da tiempo a corregir.
Jaume
pregunta si se salvará. Nicolás sonríe triunfante y asegura que ¡todo tiene arreglo!, necesita tiempo y
cariño. El profesor comenta que esta bandurria era de su abuelo, que ya la
compró de segunda mano con toda naturalidad, sin obsesión por objetos nuevos. Es
un modelo que ya no se fabrica.
El artista defiende el valor de su trabajo. Atiende
a profesionales que van a hacer una inversión en una herramienta de trabajo. Y
comenta que los talleres ya no reparan guitarras porque se venden muchas nuevas
y al final no les sale a cuenta reparar.
El profesor comenta que cuando se estudia
hace falta una guitarra con unos mínimos, y el luthier asegura que por un
precio razonable se puede encontrar una guitarra que le permita, tres años
después, decidir si se va a dedicar a ser profesional: Hay muchas marcas que para empezar a estudiar ya son válidas sin llegar
a frustrarse en el sonido y la comodidad. He visto guitarras por las que puede
pasar un caballo entre cuerda y cuerda.
La
patente
Visto el éxito que tenía su creación, decidió
patentarlo para Argentina, porque es donde residía y Chile porque ambos países
tienen una alianza comercial. Después de todos los trámites, todo el esfuerzo y
el coste económico, asegura que ahora no lo patentaría, aunque reconoce que el hecho de estar
patentada le da una mayor credibilidad.
Negoció la venta de su patente con una
empresa española. Le ofrecieron tres escenarios: la primera comprarle la
patente, la segunda gestionar la patente y darle algo por cada guitarra que se
vendiera, la tercera que los clientes
acudieran directamente a él, con lo que podría ampliar su cartera de clientes
directos. Las rechazó todas. El presidente de la empresa ya le advirtió que en cuanto
ellos hicieran promoción del invento, China la copiaría saltándose todas las
patentes.
Sobre la guitarra desmontable, siempre surge
la duda de su funcionamiento una vez montada. Nicolás dice que ha de reposar un
par de horas para adaptarse al clima y para que las piezas, sometidas nuevamente
a tensiones, se equilibren. Jaume, que también ha sido profesor de guitarra,
toca brevemente una pieza y asegura que no nota ninguna desafinación.
Para
las generaciones que van llegando
El luthier considera que el tema del
consumo se nos está yendo de las manos. Hemos
de dejar de acumular y recuperar la lógica. Hoy tocas un botón y en tres horas
tienes en casa lo que has pedido. Es un consumo masivo, el ser humano ha de
cambiar de paradigma, hemos de ir a lo simple. Hemos de volver a lo artesanal,
a los talleres, que a fin de cuentas son los que mantiene vivo el oficio.
Hablando del futuro y de la gente, Nicolás da
gracias a la vida por haber encontrado su pasión. Tengo gente en mi entorno que les falta. Estoy muy agradecido por la
guitarra, que le da un sentido a mi vida. Siento que somos muy insignificantes
en el universo y en la vida y vivir con pasión te da un combustible extra para
acostarte y levantarte pensando en algo que hacer.
Jaime apunta: eso es lo que la madera trasmite…Y es importante porque hoy la gente
vive las cosas con menos interés
Nicolás:
entro aquí y podría vivir en soledad, porque tengo todo esto, es mi pasión.
Creo que todos tenemos alguna pasión y hay que descubrirla. Yo descubrí la
guitarra cuando estudiaba antropología, empecé a investigar y encontré algo más
profundo que una simple curiosidad. Ahí sentí un gran alivio. No sé cómo va a
ir todo, pero no tengo dudas, esto es lo
que quiero en mi vida. Veo gente que tiene la vida resulta en lo laboral, pero
que algo le falta y yo siento ese fuego. Ojalá que ellos lo encuentren.
A pesar de su pasión por la lutería, confiesa
que de vez en cuando se va con sus amigos a hacer grandes batucadas: ¡Me encanta voltear tambores!
Y con la gran sonrisa que llena la cara de
Nicolás, Carlos hace la última sesión de fotos y dejamos al artista con la
música de fondo, el aroma del incienso… y las espinetas sobre la mesa.
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